21/7/11

Los flautistas de Hamelín

Como en cualquier obra de teatro, película o escenario asimilado, tres ingredientes en uno, además de dos, son esenciales. La historia del escritor, la adaptación al soporte o medio del guionista y el director son todo en uno para la audiencia y la taquilla del inversor y empresario, los otros dos ingredientes.

La historia no importa cuál sea, lo importante es saber venderla. La comunicación con el verbo y la imagen corporativa adecuada, el diseño, el envoltorio, el escenario y así todo lo demás, hacen un todo en uno, a veces acertado y otras difuso en función del acierto y quien sea el prescriptor y receptor.

Se rinde, crucificado, dimite y una docena más de eslóganes, son según para quién el particular flautista de Hamelín.  Así, el vodevil mediático está servido para seguir manteniendo en precario el negocio que sea.

El patio de butacas, los palcos y zonas nobles, el anfiteatro y el paraíso o gallinero, frente al escenario, configuran el entorno de la representación. Decorados, iluminación, profesionales varios y por supuesto siempre los actores.

Terminada la función y la recaudación diaria o temporada del estreno, la taquilla determina el seguimiento y aceptación de la audiencia. Los técnicos miden con el share, el prime time y otros anglicismos, el tiempo de la decadencia.

Como entretenimiento todo esto está bien. Pero otra cuestión muy grave es, que se juegue con los seres humanos con estas técnicas y procedimiento como instrumento encubierto subliminal de adormecimiento, sometimiento y opresión.

Así, los procedimientos y modos de actuación de la política y los políticos en general, seguirán muy lejos de su, libremente elegido, cometido de garantizar la democracia y el bienestar de los ciudadanos con luz y taquígrafos, además de las buenas prácticas.

¿En verdad merecemos todo esto? ¿Acaso es producto de la imaginación?


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